viernes, 27 de mayo de 2016

La provincia. 25 de Mayo en Peligros

En la localidad cercana de Peligros cada 25 de Mayo se pasea el Santísimo, como acto de desagravio de los acontecimientos que a continuación publicamos.
Igualmente esta fiesta es conocida también como la fiesta de "las mozuelas" ya que antiguamente la procesión del Santísimo se organizaba a primeras horas del día. Ya por la tarde, las mozuelas del pueblo procesionaban a la Inmaculada de Alonso Cano que se custodia en la parroquía de este pueblo. Os dejamos una foto de aquellos años.


Como curiosidad, se da el caso que fue una de las primeras procesiones sino la primera en ser portada por mujeres.

A continuación podreis ver el reportaje fotográfico de la procesión de este 2016 y seguidamente la historía de este día contada por Antonio Casado.








Historia del 25 de mayo, "Fiesta de las Mozuelas" escrita por el cronista oficial de Peligros, Antonio Casado Rodríguez.
EL HÉROE DE LA CAMPANA
Cuando el que éstas líneas escribe, era apenas un niño de ocho años, prestó sus servicios de monaguillo en la Iglesia de Peligros, y en ese cargo, se mantuvo hasta los once, edad en la que cedió su puesto a otros niños, como era norma y costumbre, desde tiempo inmemorial. Aprendió sus menesteres de un señor, al que recuerda con gran respeto y cariño.
Mi maestro en tales menesteres, se llamaba, D. Francisco Camarero Titos, pero en el pueblo, era conocido por Frasquito el Sacristán. Era poco hablador, mas a pesar de su parquedad en el uso de la palabra, de su trato cotidiano y de su rectitud innata, podía aprenderse de él, todo aquello que el interlocutor quisiera, pues se trataba de un señor de una cultura más que mediana, a la que solo se accedía, con su trato y su convivencia.
De él, aprendí el latín necesario para mis servicios de acólito; latín que no he olvidado, no sé, si por su manera tenaz de enseñármelo o porque mi memoria, que pese al largo tiempo transcurrido, se conserva un tanto lúcida, lo tiene presente en mis recuerdos. Quiso que aprendiera música, pero tras unas lecciones con el método Eslava, tuve de dejar mi aprendizaje, al dar paso a los niños que me relevaron, perdiendo el contacto momentáneo con mi maestro. Más Frasquito, en el tiempo en el que estuve bajo su paciente tutela, enriqueció mis conocimientos en tan gran medida, que ahora, a cinco largas décadas de distancia de nuestra convivencia, me permiten contar aquellas cosas que me intrigaron y que hoy, escribo para conocimiento de gentes venideras, amantes de cuantas historias y sucedidos, ocurrieron en nuestro pueblo.
De mis subidas al campanario, siempre me había extrañado, el que habiendo cuatro vanos en su construcción, solo se hubiera ocupado tres. Como hermoso mirador, hacia la inmaculada Sierra Nevada, el cuarto hueco, permanecía mudo, mientras sus compañeros, se alegraban en sus repiques, lanzados a sus vientos de cara.
Un día, estando con Frasquito en la torre, en unión de su hermana María, inquirí de su sapiencia, lo que venía intrigándome desde hacía tiempo, y que de seguro él debía saber; y no me equivoqué: — Me contestó, que la misma pregunta, se la había formulado a los más viejos del pueblo, cuando se posesionó de la sacristanía. Todos aquellos a los que se dirigió, diéronle la misma respuesta. La campana faltaba de su lugar, desde que antaño invadieron el pueblo, los franceses. No me dijo mas, pero aquella respuesta un tanto concisa, tuvo la suficiente energía, para quedar en mi grabada y que su recuerdo, transcurridos muchos años, siguiera intrigándome.
Recordando la pista que me diera hacía tantos años, fui visitando bibliotecas y archivos durante largo tiempo; y fue un día de S. Sebastián, cuando al visitar el archivo de la casa de los Tiros, tuve la suerte de encontrarme en ese palacio, con una maravillosa señora, que puso a mi disposición, una brazada de legados, de valor tan inmenso, que me sirvió para aclarar aquella incógnita que de niño me había intrigado. Con posterioridad, fui a visitar a mi hada benefactora, pero no pude gozar de su bondad, ya que según me dijeron, falleció repentinamente, encontrándose en su trabajo. Siempre recordare su amabilidad.
El título de los legados, de unos diez folios cada uno, era en todos el mismo:
- Tropelías del invasor francés, en la vega granadina. En el poco tiempo que tuve de repasar los manuscritos, tuve la fortuna de hallar lo que buscaba, en un polvoriento rollo de grueso papel, burdamente atado, con un trozo de cuerda de cáñamo. Tras extraer los datos de mi interés, salí de la hemeroteca, feliz de haber conseguido para mi pueblo, rescatar del olvido, una maravillosa historia de abnegación y sacrificio, que según los papeles consultados, sucedió así:
Era la mañana del 25 de Mayo y el pueblo se encontraba semidesierto, con la mayoría de sus habitantes, sumidos en las tareas campestres, ya que tanto mujeres como bastantes de sus hijos, ayudaban a los jefes del clan en sus faenas. Era mediada la mañana, cuando por el camino de arriba (antiguamente llamado de Úbeda), se divisó una enorme polvareda, que sembró la alarma en los escasos vecinos del pueblo y en los que en el campo se hallaban.
Se alertaron tanto las gentes del campo, como aquellas que habían quedado en el lugar y fueron alarmándose a medida que la polvareda se acercaba, hasta el punto que se oía cercano el sonido compacto de un nutrido grupo de caballos que con sus cascos, fueron atronando la apacible y silenciosa mañana. En la casita aneja a la iglesia, vivían el campanero y sacristán y su hijo de once años. La esposa y madre, poco antes fallecida, fue la causa de que padre e hijo, hubieran de llevar a cabo las labores domésticas; por lo que esta mañana, se encontraban a la puerta de la casa, haciendo la colada a la sombra de un árbol. Desde punto tan estratégico, fueron los primeros en percatarse del peligro que se avecinaba, al descubrir los brillos destellantes de los mosquetes y sables y ver sobresalir por encima del polvo, los penachos de los morriones del invasor galo.
Con una sola mirada se comprendieron y raudos, penetraron en el templo, intentando el padre, poner trancas a la puerta, con bancos y sillas, mientras Florentino, que así era el nombre del muchacho, se encaramó a lo alto del campanario, subiendo de tres en tres las escaleras, para tocar a rebato y llamar a los lugareños en defensa del pueblo.
Estando ellos en tan angustioso trabajo, los invasores, ya entrados en el pueblo, se dirigieron a la iglesia, que comenzaba a llamar a sus fieles, por medio de aquella campana, la que mejor podía voltear aquel niño, que no podía hacer girar aquellas mas grandes: y de sonido más grave y majestuoso.
Al encontrarse la turba gabacha con la resistencia que la puerta ofrecía, aunaron esfuerzos y a empujones acompasados, consiguieron abrirla de par en par, hiriendo al sacristán que fue apartado y tirado entre las maderas de los enseres con que había resistido; mientras, allá en la torre, el sonido cristalino que el zagal, exhausto, conseguía sacar a la campana, iba atrayendo a las gentes, desde todos los puntos, mientras, los saqueadores registraban el Sagrado recinto.
Viendo el escaso valor que guardaba en su interior, decidieron retirarse, al ver que la iglesia estaba siendo rodeada de gentes armadas con enseres y utensilios rudimentarios. En esto, uno de los soldados, observó que el sonido de la campana, seguía escuchándose incesante, decidiendo subir en solitario al campanario.
Subió veloz, y cuando tras subir el segundo cuerpo de la torre, dio vista desde la escalera al joven tañedor, apuntó su mosquete a la espalda de éste, disparándole a quemarropa e hiriéndole mortalmente, mas Florentino, notando tan solo el golpe del escopetazo, siguió volteando la campana, cada vez con más lentitud, hasta que desangrado, quedó enganchado del yugo, por su brazo derecho. Huido el invasor, fueron penetrando en la iglesia, aquellos vecinos que les habían incordiado, viendo con horror, como el cuerpo sin vida del zagal, yacía abrazado a la campana, mientras esta, atenazándole, parecía querer agradecerle, el haberle sacado las más vibrantes y sonoras campanadas; aquellas que durante largos minutos, inundaron de angustia toda la campiña. A la entrada del templo, el padre, dejaba de existir, sin saber de la hazaña de su hijo.
Poco más de un año hacía desde que ocurrieron los hechos, cuando expulsados los invasores, fue nombrado gobernador de Granada D. José María Virués, quien enterado de los hechos, mandó se rindieran honores de guerra a los dos héroes. Los cuerpos de ambos, que habían sido enterrados en el pequeño cementerio anejo a la iglesia, recibieron un emotivo homenaje de las autoridades de la capital, quienes dispusieron que aquella campana, que desde hacía más de un año, no había sido, tañida, reposara en la tumba de quien había muerto abrazado a ella en defensa de su patria.
Todos los años, en la efemérides del suceso, la iglesia del pueblo, celebraba un acto de desagravio, por el expolio, el destrozo y la matanza ocurrida en su interior. Mas siempre, éste homenaje era un emotivo recuerdo para un valiente chiquillo, que en su desesperado esfuerzo por defender a su pueblo, quedó sin vida, suspendido de su lugar más alto.
El hueco del campanario, jamás lo ocupó campana alguna, porque muy cerca de la torre, reposaba aquella otra que dejó su campanil, para reposar al lado de aquel, que llegó a sacar de ella las mejores notas, quedando en su postrer intento, abrazado a ella.
Desde hace 205 años, enterrados bajo los muros de las edificaciones contiguas, permanecen en eterno abrazo, cual si de dos amantes se tratara; amantes que solo tuvieron unos instantes de mutua posesión; aquellos que precedieron a su postrer abrazo, cuando ambos, encumbrados en lo más alto, quedaron callados para siempre.
ANTONIO CASADO RODRÍGUEZ

Foto procesión de las Mozuelas: Peligros Villa de Costumbres

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