jueves, 22 de octubre de 2015

La Iglesia más útil



En la iglesia de San Antón, en Chueca, hay café gratis las 24 horas, desayuno, wifi, los cepillos están abiertos y se confiesan hasta los que no creen.

Padres con ropa de marca gastada, amas de casa expulsadas de la clase media, mendigos nuevos y viejos con ojos esquivos, sintecho con aura de vino ácido, señoras con pieles y toneladas de laca, monjas latinas, inmigrantes árabes, yonquis de las Barranquillas con perro y tipos rudos con mochila y aspecto de llegar de los tercios de Flandes componen el ecosistema más extraño que haya llenado nunca un templo. En común tienen la desesperanza y la necesidad de consuelo, ese empujoncito que necesitan los hombres para seguir viviendo sean cuales sean la raza, el credo y la cuenta corriente. En la iglesia de San Antón, el centro de operaciones y la trinchera de misericordia del padre Ángel –fundador de Mensajeros de la Paz–, hay wifi gratis, baño, chucherías para perros, bocadillos, cafés y abrazos durante las 24 horas del día.



«Tienen el corazón roto». Habla María del Carmen Fernández, que es la mano derecha de este sacerdote y una guerrera incansable. Tiene 45 años y es diseñadora de webs, pero hace un tiempo pasó un cáncer y desde entonces dedica su vida a escuchar cualquier cosa que quisieran contarle los enfermos terminales y sus familias. Alta, fuerte, compacta, dotada de una fuerza y una fe evidentes, se convirtió en el hombro en el que llorar. Cuando conoció al padre Ángel, ella se había quedado en paro y él le ofreció un puesto a su lado. La tarea es inmensa. Entra a trabajar a las ocho de la mañana, sale a las cuatro, recorre cien kilómetros en autobús hasta el pueblo de Ávila en el que vive y duerme cuatro horas al día. «No es un trabajo fácil. Es duro física y psicológicamente, pero no lo cambiaría por nada del mundo».

Los coches pitando en la puerta, la gente gritándose por las esdrújulas aceras del barrio de Chueca, el tipo acurrucado en la puerta del portal de al lado... En el ocaso, Madrid parece a veces una máquina de picar vidas hasta que uno atraviesa las puertas abiertas del templo de San Antón. Durante más de quince años y hasta el pasado mes de enero, la cancela solo se corría para la festividad del santo que le da nombre: bendecían a los animales que por allí se acercaban y hasta otra. Pero llegó el Papa Francisco, ordenó «abrir las iglesias»y el padre Ángel decidió cumplir el mandato al pie de la letra. El arzobispo de la capital le cedió el templo para que él fuera el párroco y et voilá. El fundador de Mensajeros de la Paz llevaba soñando con una casa de Dios abierta a todas horas desde que se ordenó hace medio siglo en Oviedo. «Es fácil entender cómo me siento: como se siente alguien cuando le toca la lotería».

San Antón es desde enero mucho más que un templo. Cualquiera que busque al padre Ángel puede encontrarlo sentado en una mesa camilla con tapete de ganchillo y cuenco de caramelos, hablando con sacerdotes, políticos, vecinos, cocainómanos, desahuciados, asesinos y suicidas.«El que tenga algo que contar o necesite cualquier cosa, aquí estoy. No siempre puedo ayudarles, pero se escucha a todo el mundo».

En esta iglesia hay muchas cosas que no hay en las demás, además de mucha gente: wifi, enchufes para los teléfonos –«el último hilo que sostiene en el mundo a los que no tienen nada»–, una fuente con agua, váteres y chucherías para las mascotas que son bienvenidas, dispensario médico, cambia pañales y lavabo. Hay pantallas para seguir las misas del vaticano, cojines en los bancos para pasar un rato sentado y una pequeña biblioteca. La verdad es que todo esto provoca cierta sorpresa. Hace un par de semanas, una señora se sentó junto al padre Ángel y le agradeció que pudiera escuchar la misa con su amigo, un perrillo que sacó de la chaqueta. «Ahí tiene caramelos para darle», le ofreció el párroco. Y ella le entregó 300 euros «para las golosinas de las personas». «Todo esto sorprende bastante a la gente, pero si lo piensas es simple sentido común. Yo cuando viajo por esos mundos de Dios y entro en una iglesia, a veces me hubiera venido muy bien un trago de agua.También es lógico que la gente quiera ir al baño».



Quizás lo más raro de la iglesia es que los cepillos están abiertos de par en par. Es una elección de cada cual decidir si tiene que dejar dinero o llevárselo.«Aquí no hacemos preguntas de ningún tipo. Si alguien necesita un euro para comprarle leche a su hijo, ahí está». Un ejemplo es el café con leche que guardan dos termos en una mesilla a la entrada.Cada cuál se puede servir sin pedir permiso y largarse... O dejar una fortuna. En las noches de invierno, una taza de esas te puede salvar la vida.

Mohamed es marroquí y profesor de ciencias. No es la típica personas que esperas encontrar en una iglesia. «Soy musulmán. Había oído hablar de esto y he querido acercarme.Me gusta porque encuentro los valores que hermanan a cualquier religión. Es un sitio muy especial».

La religión es importante, no indispensable. En los bancos se reúnen ciudadanos de todos los credos. Se confiesan hasta los que no creen. «Cuando les doy la absolución, me lo agradecen, pero algunos me aclaran que no habían venido para confesarse, sino para hablar». En esas mesas camilla no solo se sientan sacerdotes. También voluntarios que son médicos, periodistas, abogados... «Te vienen a contar sus cosas y a pedir consejo. A uno le duele la cabeza y a otro se le está muriendo un hijo de cáncer. Los corazones necesitan atención». Y también los estómagos. En la acera de Hortaleza, en el barrio más cool de Madrid, se va formando también una cola de coderas gastadas y pantalones de otras tallas. Crece sin cesar y en verano llegaron a pasar quinientos al día. Por la mañana, les dan un cruasán, un zumo y un café. Por la tarde, un bocadillo. Hay nuevos pobres y pobres de toda la vida.A David (no quiere dar su apellido) le echaron de casa con 11 años porque sus padres bebían como bestias y le maltrataban. Desde entonces, arrastra su desesperanza por los rincones invisibles de la ciudad, donde ha perdido hasta los dientes. Le queda ‘Nena’, una disciplinada pitbull que no se separa de él.«En ningún lado me han tratado nunca así. Me hacen sentir persona». En julio, acudió el ReyFelipe al contiguo colegio de arquitectos y se acercó a saludar al padre Ángel a la puerta. Cuando se fue, el párroco se dirigió a los voluntarios mientras señalaba a los que esperaban algo que llevarse a la boca: «Este es el Rey de España, pero en nuestra casa los reyes son estos».

Que el dinero no da la felicidad es una obviedad, pero es aún más evidente que vivir sin nada no es vida.María del Carmen es una ‘broker’ de cosas.Recoge y suelta como una máquina todo tipo de objetos: un bono de transporte al que le sobran dos viajes y que se encontró en la calle, una moneda, un pantalón de la talla 42, leche en polvo, un número de teléfono al que puedes llamar de su parte, un consejo, un abrazo y un ibuprofeno.«¿Sabías que hay gente a la que le duele una muela y no tiene dónde ir a que le den una pastilla?».

Como de todo tiene que haber en el jardín del Señor, incluso en uno tan envidiable como este, también hay gente molesta.«Hay vecinos que vienen a rezar y me preguntan por qué dejamos entrar a esta chusma», lamenta María del Carmen. Algunos parroquianos ven en todo sacrilegio. «Les molestan los carteles, el wifi, el agua, los bocadillos, los perros y las pantallas.Todo eso les escandaliza, pero en realidad yo creo... –el padre Ángel baja el tono hasta el susurro y guiña el ojo con esa sonrisa astuta de ardilla–. Yo creo que lo que les molesta de verdad son los pobres».

Fuente: http://www.ideal.es/sociedad/201510/22/esta-casa-angel-20151018183902.html

No hay comentarios: