Pero la vida le jugó una mala pasada y su hijo cayó en una terrible enfermedad. Tras llevarlo a los mejores médicos y no conseguir nada, acudió desesperado a la iglesia de San Lorenzo a rezarle al Señor del Gran Poder varias veces. Al final el hijo no pudo superar dicha enfermedad y falleció. De luto y víctima del dolor que le puede causar la pérdida de un hijo a un padre, se volvió a acercar a la iglesia, se encaró con el Señor y le dijo lo siguiente:
"Que sepas que no vengo más a verte, si me quieres ver, vas a tener que venir Tú a mi casa"
El Señor del Gran Poder se trasladaba en andas hasta el barrio de Nervión.
A mitad de camino comenzó a llover muy intensamente, obligando a la hermandad a buscar un refugio. En una de las calles cercanas había un portón lo suficientemente grande para que la imagen del Señor se resguardara.
Tocaron a la puerta intensamente al grito de "Venimos con el Gran Poder, ábranos para que no se moje el Señor".
El dueño de la casa al escuchar los gritos y los golpes en el portón bajó corriendo y abrió la puerta, encontrándose de frente con la imagen.
Este hombre resultó ser el Pato Araujo y efectivamente el Señor fue a verlo a su casa.
Arrodillándose en el suelo comenzó a llorar y el dolor de la pérdida de su hijo se convirtió en fe y devoción al Señor del Gran Poder.
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